Un día, el gran maestro le dijo a sus discípulos:
– Pongan atención, quiero pedirles una cosa… Soy viejo y ya es momento que ustedes me ayuden a vivir los últimos años, de la mejor manera posible. No tengo dinero, y lo necesito.
– Pero maestro- dijo entonces uno de los discípulos- Con lo poco generosos que son aquí… ¿cómo conseguiremos reunir el dinero?
– Sí, ya sé que la forma más natural de conseguir el dinero es pidiéndolo, pero hay otra forma… ¡robándolo! En realidad, es algo que nos correspondería tener, ¿no es así? Una especie de paga por nuestros servicios… Lo que pasa es que yo soy mayor y no puedo hacerlo, pero ustedes son jóvenes y no les costará tanto. No es muy difícil, solo tienen que escoger a algún hombre rico y apropiarse de su billetera en algún lugar en donde nadie los vea. Eso sí, sin hacerle daño…
Al principio todos se quedaron un tanto sorprendidos de que su maestro les pidiera robar, pero al cabo de un rato, la mayoría de los discípulos estaban conforme con la petición:
– Claro, maestro, por ti haremos todo lo que haga falta. Iremos por el dinero.
Sin embargo, uno de los discípulos se mantenía en silencio. El maestro, al darse cuenta, preguntó:
– Todos tus compañeros son muy valientes y han decidido ayudarme con el plan. Pero tú sin embargo, tú no dices nada. ¿Por qué?
– Lo siento, maestro. Si no dije nada es porque veo el plan inviable…
– ¿Inviable?
– Sí, maestro. Tú mismo dijiste que escogiéramos un lugar en donde nadie nos viera robar… pero no existe tal lugar. En cualquier lugar en donde yo esté mi Yo me verá robar. Preferiría mendigar que permitir que mi Yo vea que hago algo con lo que no estoy de acuerdo.
El maestro entonces sonrió y dijo muy contento:
– ¡Qué alegría! Me enorgullece comprobar que al menos uno de mis discípulos lo ha entendido todo…
Entonces, el resto agachó la cabeza al darse cuenta de que su maestro les había puesto a prueba y se sintieron muy arrepentidos de haber caído en la trampa. Desde entonces, cada vez que escuchaban en su cabeza un pensamiento indigno, o sentían tentaciones de obrar mal, recordaban eso que su compañero dijo: ‘Mi Yo me ve’, y lo desterraban de su mente.
(Fuente: https://tucuentofavorito.com/la-prueba-cuento-budista-sobre-las-tentaciones-y-la-conciencia/)
Podríamos decir que esta historia budista nos lleva a un “estado exagerado”, un momento creado para enfocar nuestra atención a estas emociones de remordimiento y culpa (los discípulos que aceptaron robar) y la vergüenza (el discípulo que no acepta el desafío del maestro). Pero en nuestra vida vivimos muchas experiencias que despiertan estas emociones y que podríamos decir tienen un elemento común: castigar nuestro actuar como único camino por el cual expiar nuestras culpas y pagar por el acto u ofensa cometida y desde la comunidad, recibir la desaprobación de sus integrantes hacia nosotros, avergonzándonos de algo que socialmente es reprochable... en definitiva, entramos en el juego del premio o castigo, del bueno o malo, de ser aceptados o rechazados.
Muchas veces e independiente del juicio social, es nuestro propio juez interno quien no nos deja en paz, recordándonos una y otra vez lo sucedido, ya ni el perdón ni menos el olvido tienen cabida, es solo este castigo permanente el que actúa de forma flagelante y sin descanso en nuestra conciencia y afecta todas nuestras relaciones y decisiones.
Mira a continuación cómo se abre el remordimiento, la culpa y la vergüenza en nuestras vidas.
El recuerdo que nunca te deja: El Remordimiento
El remordimiento es una emoción que surge con el tiempo, después de haber realizado una acción en el pasado que ha podido afectar a otras personas o a nosotros mismos. Es una sensación de desagrado reiterada que nos provoca el haber cometido una acción equivocada, incorrecta o injusta según nuestros propios valores. Esta emoción se vincula a algo del pasado que atormenta o produce angustia en el presente
Cuando este malestar va creciendo comienza a parecer la culpa.
Nuestro juez interior: La Culpa
La culpa es una emoción que surge a partir de un acto u omisión que nosotros realizamos y del que nace un “juicio moral” de nuestra conducta, sobre el que dictaminamos que hemos cometido un error y deberíamos ser castigados. Este juicio es personal y no obedece a un canon ético social, sino más bien a una estructura propia de valores.
Esta emoción nos indica que somos responsables de esos actos y determina que estamos en falta ante lo que creemos hemos fallado.
Muchas veces la emoción de la culpa la sentimos en soledad, sin compartir con alguien lo vivido, es ahí donde puede surgir la sensación de intimidación, inseguridad y miedo; aunque hay personas que sí exteriorizan su culpa y lo hacen a través de la irritación, tensión y desagrado que expresan a viva voz de forma exagerada y por lo cual se vuelven a arrepentir, cayendo nuevamente en la culpa.
El error o falta percibida nos puede llevar a experimentar la vergüenza.
Mi rostro enrojecido, ¡Qué Vergüenza!
La vergüenza es una emoción que surge en un entorno social cuando creemos que hemos cometido una falta y aparece el temor de que los otros tengan opiniones negativas hacia nosotros.
Nos puede dar vergüenza el exponernos públicamente a un amor no correspondido, a decepcionar a los demás no cumpliendo con sus expectativas o a ser excluidos de un grupo.
Esta emoción se hace notar en nuestro cuerpo, ya sea porque nuestro rostro se ruboriza, nuestro actuar es errático tratando de huir del lugar, se nos dificulta sostener la mirada en los otros y muchas veces no sabemos qué decir.
La emoción de la vergüenza, nos ayuda a regular nuestro comportamiento frente a los demás y nos señala qué conductas son adecuadas públicamente y cómo debemos expresarlas.
La vergüenza nos puede provocar la inseguridad.
Recuerda que somos seres emocionales, necesitamos de todas las emociones para habitar en el mundo y para adaptarnos a la vida, por lo que el remordimiento, la culpa y la vergüenza son emociones necesarias, por que nos avisan que algo no está andando bien... sólo cuando ellas se quedan de forma permanente castigándonos, criticándonos y recriminándonos de manera reiterada es que debemos detenernos a mirar qué hay detrás de cada una, qué tan real es la falta cometida y qué tan objetivos estamos siendo al aplicarnos el castigo del que somos presos, sin posibilidad de perdonar o ser perdonados. Surge aquí la enseñanza que nos entrega el cuento: no perder de vista mi Yo.
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